Autor: Hector Bezares (Doctorante en la Universidad de Newcastle Upon Tyne, Reino Unido)

Situada en el extremo oeste de la frontera entre México y Estados Unidos, en el estado mexicano de Baja California, Tijuana sintetiza en su organización urbana una serie de procesos multi-nivel y dinámicas urbanas definitorias de la ciudad latinoamericana en el inicio del siglo XXI, en cuyo centro se encuentra una radical desigualdad espacial. Asolada por altos índices de criminalidad y situada entre las ciudades más peligrosas del planeta, el análisis de la organización urbana de esta ciudad ofrece claves importantes para entender los desafíos en la administración de las ciudades con entornos dominados por la violencia continua, el rápido crecimiento demográfico, la marginación, y el flujo continuo de mercancías y personas.

Instigadas simultáneamente por la ambivalencia de su posición geográfica, la relación con Estados Unidos y su inserción particular en una serie compleja de dinámicas transnacionales, esas lógicas socio-espaciales son el objeto del análisis que ocupa a este texto. Su propósito es, ofrecer al lector una visión sucinta de una ciudad emblemática que describe escenarios probables para el futuro de la ciudad latinoamericana en lo que concierne a su gobierno, administración y forma. El texto está dividido en dos partes, la primera aborda su historia y organización espacial; la segunda parte abordará, en una próxima entrega, las estrategias de renovación urbana enmarcadas en un contexto global.  

(Parte I) Estructura urbana e historia de Tijuana

Tijuana es parte de una de las fronteras más dinámicas, y complejas en el mundo. Con una distancia que cubre poco más de 3000 km, la frontera México-Estados Unidos es físicamente el punto de encuentro y separación más largo entre el Sur y Norte globales. En términos puramente económicos, tan sólo por Nuevo Laredo en el lado Este de la frontera el volumen diario de mercancías es 1.700 millones de dólares. La circulación de tal volumen de mercancías, vehículos y seres humanos (más de 1 millón y 300  vehículos cruzan diariamente la través de sus 312 puertos de entrada. IEX Global, 2016) implica retos logísticos y de seguridad que han supuesto la institucionalización de una serie de controles, formas de vigilancia y supervisión prácticamente militarizados. En este espacio fronterizo en el que conviven formas complejas de desregulación comercial y vigilancia militar, Tijuana se ha insertado como un referente fundamental de lo que supone la organización urbana en la intersección entre gobernanza militar, liberalismo económico a ultranza, industrialización y crecimiento demográfico vertiginosos.

Desde su origen hace poco más de 100 años la vida de esta ciudad se encuentra profundamente ligada al desarrollo, forma y cambios de la frontera México-Estados Unidos. Proveedor de servicios turísticos desde su origen (juegos de azar, carreras de caballos, prostitución y venta ilimitada de alcohol en el contexto de la prohibición del alcohol en Estados Unidos en los años 20 del siglo pasado), las cambiantes circunstancias económicas de mitad del siglo, obligaron a un replanteamiento de su naturaleza y orientación económica.

Tratando de aprovechar su cercanía geográfica con los Estados Unidos, el gobierno federal mexicano implementó en los años 60 un programa de industrialización fronteriza, con la intención de atraer inversionistas estadounidenses a la ciudad, aprovechar los bajos costos de producción económicos mexicanos, y generar empleos para los mexicanos repatriados de los Estados Unidos tras el fin del programa Bracero (Programa de empleo temporal de mano de obra mexicana en el campo estadounidense en el contexto de la Segunda Guerra Mundial). La organización de plantas maquiladoras se convirtió en un factor decisivo en la atracción de migrantes del sur de México, modificando decisivamente la forma de la ciudad. De ese modo, si inicialmente el trazo urbano giraba en torno a la escenificación de una oferta turística centrada en el ofrecimiento de servicios de otro modo ilícitos -o menos regulados ahí que en Estados Unidos-, en el centro de la ciudad, que no es sino la zona adyacente a la frontera, la industrialización expandió sus límites en proporciones inimaginables sobre todo hacia el este.

La década de 1990 acentuó y consolidó la industrialización de la ciudad, su posición como polo económico regional, interpenetración con Estados Unidos, y su crecimiento demográfico exponencial con serias consecuencias para su forma urbana. La entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN (1994), en combinación con la desregulación arancelaria y la reestructuración total de la economía mexicana, propició que entre 1990 y 2005 la población de la ciudad creciera un 4% en promedio, más que el 1.85% nacional. De acuerdo con ello, el terreno que ocupaba la ciudad se expandió a la par de dicho crecimiento. Si en 1984 Tijuana ocupaba 10,300 hectáreas cuadradas, en 2005 su tamaño alcanzó 25,000 hectáreas cuadradas. De ese modo la ciudad creció 2,25 hectáreas diariamente, duplicando su área construida. Extendiéndose hacia las ciudades vecinas de Tecate y Playas de Rosarito, una vasta zona metropolitana –la sexta del país por su tamaño- emergió, en cuya periferia la carencia de servicios, la desigualdad en el acceso a la vivienda, y la proliferación de la industria manufacturera son características primordiales (Acosta, 2009, p. 447).

Ello se ha traducido en una forma de urbanización atravesada por dos tensiones principales: la gentrificación del primer cuadro de la ciudad y la expansión desmedida de sus límites en zonas de alto riesgo primordialmente en el Este de Tijuana (Zavala, 2009). En el fondo de tal estructura, la ciudad ha sido partida en dos secciones diferenciadas por su acceso a los servicios públicos, su cercanía a la frontera y el perfil sociodemográfico de sus habitantes. Al Este se sitúan la mayor cantidad de fábricas, sus potenciales trabajadores, y los inmigrantes recién llegados a la ciudad. Hacia el centro y el Oeste, las zonas más antiguas de la ciudad los barrios de clase media y alta, así como el corredor comercial y financiero se concentran rodeados por vecindarios más pobres, expresión de la infructuosa planeación urbana.

Consecuentemente los conflictos centrales a los que se enfrenta la administración municipal se encuentran articulados, por una parte, alrededor de la disputa por el suelo habitable entre los residentes y la industria maquiladora. Y por otra, la llegada permanente de migrantes domésticos en búsqueda de oportunidades de trabajo en la ciudad, o extranjeros buscando cruzar hacia Estados Unidos. El resultado es un paisaje urbano en que proliferan lado a lado en la periferia de la ciudad asentamientos ilegales, la industria manufacturera, y zonas residenciales de bajo costo cuya nota definitoria es la compactación del espacio habitable y su densidad (Carrasco, 2009). Como consecuencia adicional esta la presión sobre los servicios públicos y los recursos sociales para asimilar a los recién llegados.